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Valentín,
Santo |
Patrono de los Enamorados
Mártir en Roma a finales del siglo III. Entre el
pueblo, el día de San Valentín está considerado como «día de la suerte», sobre
todo en Alemania; y en Francia, Bélgica, Inglaterra y especialmente América,
como «día de los enamorados», en que éstos se hacen promesas, felicitaciones y
regalos. Esta costumbre y aquella supersticiosa idea, obedecen a diversos
orígenes folklóricos y también al prestigio popular del Santo como milagrero. —
Fiesta: 14 de febrero.
El árbol maravilloso del Cristianismo necesita
siempre del riego fertilizante de la sangre de los mártires. Árbol que brotó de
las ondas de un manantial divino en la cima del Calvario, sus primeros brotes
adquirieron vigor y frescura en las rojas oleadas que alzaron las persecuciones
de los primeros siglos de la Iglesia.
En sus tiempos primitivos, como en
el siglo XX, en que vivimos, el cristianismo sigue vigorizándose con la sangre
de sus héroes. Nunca han faltado ni jamás faltarán en la Iglesia de Cristo estos
testigos de fe, que llegan hasta la generosa entrega de la vida.
La mayor
parte de noticias que de San Valentín romano han llegado hasta nosotros proceden
de unas actas apócrifas; por esta causa se hace difícil conocer con exactitud su
vida e incluso distinguir entre los hechos que realmente le pertenecen y los de
las vidas de otros varios santos que llevan su mismo nombre y que la iglesia
desde muchos siglos venera también como mártires. Reseñaremos los que se le
atribuyen unánimemente.
Con todo, lo importante en la historia de San
Valentín, como en la vida de cuantos cristianos han sido elevados por la Iglesia
al honor de los altares, es que seamos capaces de captar la lección que nos
traen y que es, en definitiva, el fin principal que la ha movido a darles
culto.
San Valentín es para nosotros una ciertísima lección de vida
cristiana, llevada hasta el heroísmo, hasta la más plena identificación con
Cristo: el martirio.
Situémonos a finales del siglo III. Es la era de los
mártires. Por todo el Imperio romano corre el huracán de la
persecución.
Valentín, presbítero romano, residía en la capital del
Imperio, reinando Claudio II. Su virtud y sabiduría le habían granjeado la
veneración de los cristianos y de los mismos paganos. Por su gran caridad se
había hecho merecedor del nombre de padre de los pobres.
No podía ser
desconocida de la corte imperial la influencia que ejercía en todos los
ambientes romanos, y quiso el mismo emperador conocerlo personalmente. Valentín,
en aquella entrevista, no dejaría de interceder en favor de su fe católica y
contra el estado de persecución en que a menudo se encontraba sumida la
Iglesia.
El soberano, que estaba interesado en granjearse la amistad y la
colaboración del inteligente sacerdote cristiano, escuchó con agrado sus
razones. Por eso intentó disuadirle del que él creía exagerado fanatismo; a lo
que replicó Valentín evangélicamente: «Si conocierais, señor, el don de Dios, y
quién es Aquel a quien yo adoro, os tendríais por feliz en reconocer a tan
soberano dueño, y abjurando del culto de los falsos dioses adoraríais conmigo al
solo Dios verdadero».
Asistieron a la entrevista, un letrado del
emperador y Calfurnio, prefecto de la ciudad, quienes protestaron enérgicamente
de las atrevidas palabras dirigidas contra los dioses romanos, calificándolas de
blasfemas. Temeroso Claudio II de que el prefecto levantara al pueblo y se
produjeran tumultos, ordenó que Valentín fuese juzgado con arreglo a las
leyes.
Interrogado por Asterio, teniente del prefecto, Valentín continuó
haciendo profesión de su fe, afirmando que es Jesucristo «la única luz verdadera
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo».
El juez, que tenía una
hija ciega, al oír estas palabras, pretendiendo confundirle, le desafió: «Pues
si es cierto que Cristo es la luz verdadera, te ofrezco ocasión de que lo
pruebes; devuelve en su nombre la luz a los ojos de mi hija, que desde hace dos
años están sumidos en las tinieblas, y entonces yo seré también
cristiano».
Valentín hizo llamar a la joven a su presencia, y elevando a
Dios su corazón lleno de fe, hizo sobre sus ojos la señal de la cruz,
exclamando: «Tú que eres, Señor, la luz verdadera, no se la niegues a ésta tu
sierva».
Al pronunciar estas palabras, la muchacha recobró milagrosamente
la vista. Asterio y su esposa, conmovidos, se arrojaron a los pies del Santo,
pidiéndole el Bautismo, que recibieron, juntamente con todos los suyos, después
de instruidos en la fe católica.
El emperador se admiró del prodigio
realizado y de la conversión obrada en la familia de Asterio; y aunque deseara
salvar de la muerte al presbítero romano, tuvo miedo de aparecer, ante el
pueblo, sospechoso de cristianismo. Y San Valentín, después de ser encarcelado,
cargado de cadenas, y apaleado con varas nudosas hasta quebrantarle los huesos,
unióse íntima y definitivamente con Cristo, a través de la tortura de su
degollación.
¿Por qué el folklore se ha venido aliando tan intensamente y
en tantos países con la festividad de San Valentín romano? Y reduciendo la
cuestión: ¿Por qué se atribuye a San Valentín el patronazgo sobre el amor
humano, atribución que es, evidentemente, el origen y la explicación de todas
las restantes manifestaciones de la devoción o de la simpatía popular al
Santo?
Aparte la posible trasposición de algún hecho, tradición o
leyenda, de otros Valentines al mártir de Roma, que explicaría ciertas
expansiones, dicha atribución puede ser debida a dos motivos, separadamente
considerables o perfectamente conjuntables:
1º Nuestro San Valentín fue
martirizado en la Via Flaminia hacia el año 270, seguramente en los inicios de
la primavera, cuando en la naturaleza se anticipa el júbilo expectativo de la
fecundidad y de la pujanza. En los siglos antiguos y medievales, empiezan a
venir a Roma numerosos peregrinos, entrando por la Puerta Flaminia, que se llamó
Puerta de San Valentín, porque allí, en recuerdo de su martirio, el Papa Julio
I, en el siglo IV, mandó construir en su honor una basílica.
Esos romeros
coincidían con los días del aniversario del Santo; y de retorno a sus países, se
llevarían de él o de su templo alguna reliquia o memoria. Ahora bien: no es cosa
rara en la primitiva Iglesia el empeño de cristianizar fiestas o costumbres de
matiz pagano, y en primavera no faltaban en la Roma gentílica festejos dedicados
al amor y a sus divinidades. Fácilmente se inclinaría a los fieles a invocar a
San Valentín —mártir primaveral— como protector del amor honesto. La invocación
brotaría en Roma y sería transportada por los romeros a sus tierras y naciones,
principalmente por los que cruzaban la Puerta Flaminia, norte arriba de
Europa.
2º motivo: Hemos hecho notar el prestigio de que gozaba el Santo
como sacerdote. ¡En cuántas familias sería efectiva su influencia, cuántos
enlaces matrimoniales habría bendecido! Positivamente, no faltan noticias
biográficas tradicionales que así lo afirman.
En las Catacumbas y en
casas de cristianos, no sumarían cantidad exigua los que habían sido asistidos
por su presencia presbiteral al unirse, por el Santo Sacramento que los hizo
esposos. Es natural que, después de su martirio, se le adjudicase la advocación
de Patrón de los hogares y del amor conyugal.
Trábense estas
consideraciones, y quedarán perfectamente señalados los orígenes de la devoción
típica y del costumbrario en homenaje al Santo.
Lo cierto es que éste se
conserva floreciente en los países del Norte europeo y americano.
Cosa
curiosa: ya en el siglo XVII, ciertos protestantes lo censuraban como de cuño
papista y, al mismo tiempo, pagano. Le reconocía cierto matiz pagano, San
Francisco de Sales. Pero, saturado como siempre de buen juicio y de exquisita
prudencia, lo que hace él es aconsejar a los jóvenes prometidos que imiten las
virtudes de San Valentín. Esto es lo que hay que desear, principalmente; rogando
al excelso presbítero mártir que alcance del Señor, a la juventud cristiana que
al matrimonio camina, el don del puro amor, santificador de la vida familiar.
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